Nuestra relación con el teléfono ha cambiado radicalmente. La
evolución física del aparato ha provocado cambios sustanciales en
nuestra forma de relacionarnos con él. Por ejemplo, antes se conversaba
sentado o de pie, pero atado al aparato que estaba enchufado a la pared,
y hoy se habla mientras se anda por la calle. Esto ha multiplicado el
número de llamadas telefónicas, pues se suele aprovechar un viaje en
autobús o una caminata a la intemperie para establecer una comunicación
que, en el tiempo de los teléfonos fijos, no se hubiera hecho. En lugar
de hacer llamadas compulsivamente desde el autobús, la gente leía medio
periódico, o veinte páginas de un libro.
Pero esta evolución física del aparato, además de sus irrefutables bondades, también nos ha venido a complicar la vida, sobre todo a esas personas mayores que ya han perdido el tren de la modernidad electrónica. Las oficinas de las compañías telefónicas están llenas de gente mayor que se siente desamparada frente a ese instrumento que es una irrupción del futuro en su apacible vejez, y que relatan unos casos angustiosos que requerirían de la atención no de un técnico, sino de un psicólogo. El otro día, en los cinco minutos de cola que hice en una de estas oficinas, oí a un técnico que le decía a un señor mayor que su móvil no funcionaba porque no tenía tarjeta SIM: “Pues pago con una VISA y santas pascuas”, respondió el hombre muy resolutivo. Más allá otra señora, también mayor, preguntaba qué debía hacer para contestar el teléfono cada vez que sonaba, porque llevaba cuatro días sin poder utilizarlo. “Aprieta usted esta tecla”, le enseñó el técnico, y ella se quedó mirando con desconfianza su teléfono, como si fuera un bicho.
Pero esta evolución física del aparato, además de sus irrefutables bondades, también nos ha venido a complicar la vida, sobre todo a esas personas mayores que ya han perdido el tren de la modernidad electrónica. Las oficinas de las compañías telefónicas están llenas de gente mayor que se siente desamparada frente a ese instrumento que es una irrupción del futuro en su apacible vejez, y que relatan unos casos angustiosos que requerirían de la atención no de un técnico, sino de un psicólogo. El otro día, en los cinco minutos de cola que hice en una de estas oficinas, oí a un técnico que le decía a un señor mayor que su móvil no funcionaba porque no tenía tarjeta SIM: “Pues pago con una VISA y santas pascuas”, respondió el hombre muy resolutivo. Más allá otra señora, también mayor, preguntaba qué debía hacer para contestar el teléfono cada vez que sonaba, porque llevaba cuatro días sin poder utilizarlo. “Aprieta usted esta tecla”, le enseñó el técnico, y ella se quedó mirando con desconfianza su teléfono, como si fuera un bicho.
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