miércoles, 25 de noviembre de 2015

El cerrajero sin llave


Gabriel Bestard Ribas muestra el prototipo de cerradura Goji.
Se subió en la moto, una escúter a la que le faltaba potencia para cargar con un tipo de sus dimensiones por toda Barcelona. Era verano, llevaba pantalón corto, metió todo en los bolsillos y se dirigió a cenar con los amigos… Pero su smartphone de más de 500 euros no resistió el estrecho contacto con sus abrasivos compañeros de viaje. Las llaves habían dejado su rastro afilado por toda la pantalla. ¿Cómo solucionar el problema, al margen de comprar otro teléfono? Una alternativa era reducir el número de objetos a transportar en un angosto bolsillo veraniego. Por ejemplo: “¿Y si meto las llaves en el móvil?”.
Dispuesto a responder a la pregunta, Gabriel Bestard Ribas (Barcelona, 1969) dejó su puesto de director de márketing en una empresa de lácteos y emprendió el camino a San Francisco hace dos años siguiendo la senda habitual de los peregrinos de Silicon Valley, a los que mueve la obsesión por encontrar soluciones novedosas a problemas ocasionales.
Y así es como Bestard comenzó a trabajar en Goji, el nombre de su producto. Proyectó una cerradura totalmente nueva que se abriese con el teléfono. El primer sondeo no fue demasiado halagüeño: “En España todos me decían que era una idea fantástica. Pero cuando preguntaba si lo comprarían, me decían que no”. El último intento fue con su antigua escuela de negocios, donde cursó el MBA en Barcelona: “Me aseguraban que no tenía sentido y que, como mucho, las puertas se abrirían con la voz pero nunca con el teléfono”. Tras un primer estudio de mercado, más profundo que la consulta a conocidos, se dio cuenta de que no tenía sentido intentarlo en Europa. “Cada país tiene un tipo de cerradura distinto y una legislación diferente. Necesitaba un mercado grande para ponerlo a prueba”, dice para justificar su salto a San Francisco.
Aunque su perfil se aleja del típico emprendedor veinteañero salido de Stanford que predomina en Silicon, Bestard no es nuevo en el país. Estudió la carrera, con una beca para jugar a baloncesto, en Chicago. Por eso decidió volver, pero a la costa oeste, el lugar donde “de verdad se está cambiando el mundo”.
Cada mañana llega a un coworking, una vieja nave industrial revestida en madera y con paredes de ladrillo en el que locales con aire de choza hawaiana alojan startups en busca de fortuna. Allí, cerca del tren que une San Francisco con el Valle, están también los fondos de capital riesgo de los que depende gran parte del éxito. Todo pasa por saber contar bien en pocos minutos la historia de cada uno y las razones por las que deben invertir: “Aquí es muy diferente. En España te miran como si estuvieras loco. Aquí cuando dicen I trust you [confío en ti] ya tienes mucho ganado”.
El mecanismo manda al instante una foto de la persona que trata de activarlo
Bestard contó al principio, para su primer prototipo, con la ayuda de un grupo de amigos y la de Indiegogo, el sitio de recaudación de fondos más grande del mundo, donde logró 300.000 dólares.
Bestard guarda su creación en un misterioso maletín negro. Ha bautizado su cerradura como Goji.A primera vista parece una más, algo más voluminosa, con un frontal de vidrio tintado de negro sin orificio alguno. La magia empieza al acercar el teléfono. Toca la pantalla y se activa el mecanismo. Móvil y cerradura se entienden a través de la conexión bluetooth. La batería dura más de un año. Debajo de su panel frontal se esconde, por si acaso, una ranura para la llave analógica. La aplicación permite dar permiso por horas para que entre a casa alguien que vaya a limpiar, el que pasea al perro o un familiar.
Bestard invita a tocar la cerradura. Al instante saca su móvil y aparece la fotografía de la persona que se ha acercado al mecanismo. Al mismo tiempo, ha llegado esa misma imagen a su correo. Apenas se percibe, pero la cámara que se esconde en el pomo se activa en cuanto alguien se acerca. “Es una manera más de saber quién pasa por la puerta del hogar”, explica.
Su iniciativa encaja con una nueva ola de productos que se ha puesto de moda en el Valle y que buscan romper de manera radical con una mecánica establecida. Al igual que los retoques de Instagram jubilaron a las cámaras Kodak y las instantáneas de Polaroid, lo mismo que Uber pretende hacer con los taxis o DocuSign con los contratos en papel, Goji quiere que las llaves de metal sean cosa del pasado.
El caso de Gabriel Bestard es un tanto peculiar entre los españoles del Valle. Lo suyo es el hardware, los cacharros, en lugar del software, la apuesta del resto. La mayor concentración de compatriotas se encuentra en RocketSpace, otro espacio compartido, donde han montado el Spain Tech Center. Aunque la rotación es alta y el tiempo que pasan probando suerte no suele superar el año, ya tienen dos casos de éxito: la plataforma de juegos para móviles y tabletas Ludei, de Eneko Knorr, y Chartboost, cuya consejera delegada es María Alegre. Entre los más llamativos, tres estudiantes de ingeniería promocionando Piccast, una pizarra virtual que graba todos los pasos de los profesores, una buena solución para resolver dudas.
El otoño se presenta caliente para Bestard. En noviembre tendrá la prueba final, salir al mercado. Ya ha cerrado acuerdos con las grandes cadenas de Estados Unidos: Home Depot, Best Buy y Staples. Falta saber si los 299 dólares que pide por ella son lo suficientemente atractivos. Más allá de la venta al consumidor final, le interesa convertirse en socio de hoteles. Y “puestos a soñar, ¿por qué no un acuerdo con Airbnb?, líder mundial de alquileres de casas de vacaciones”, fantasea. Él tiene la llave.

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