Morata. Tuvo que ser él. El fútbol tiene alma de novelista.
Sádico, pero novelista. Morata, el chico dela cantera. El delantero que
no servía. Cuando se marchó a la Juve no faltó quien imaginó lo
que acaba de ocurrir. Todos lo escuchamos, en boca ajena o en cabeza
propia, aunque le prestamos poca atención. Más que una predicción fue un
presentimiento, una posibilidad expresada para invalidarla, como
hacemos tantas veces y con escaso éxito. "Anda, que como se encuentren
en Champions... Anda, que como elimine al Madrid…".
Pues sucedió. Morata marcó en Turín y repitió en el Bernabéu; no hubo jugador más relevante en la eliminatoria, ningún protagonista a su altura. Es obvio que le dolió y es fácil suponer que todavía le duele. Al ser sustituido en el minuto 83, abandonó el campo juntando las manos, reclamando perdón divino. Que no se preocupe porque está perdonado. Si además quiere ser bendecido y repatriado con presentación en el palco de honor del Bernabéu, sólo necesita tumbar al Barcelona en Berlín. El presidente podrá decir entonces, sin que le falte razón, que Morata nació (y creció) para jugar en el Real Madrid.
En fin. Es curioso. Durante veinte minutos de la primera parte tuvimos tiempo para sospechar lo peor y añadirle detalles. La Juventus se plantaba en el área de Casillas con una facilidad inaudita. Los italianos se habían sobrepuesto a los cinco primeros minutos (cabezazo de Bale y remate de Benzema) y circulaban por el campo como si el estadio fuera suyo, ajenos al miedo escénico, al ardor local y al calor africano. El Madrid jugaba como si tuviera ventaja en el marcador, confiado en una contra, pero igualmente expuesto a los contragolpes del adversario. Nadie sujetaba el mediocampo y sucesivamente echamos en falta a Pirri, Stielike, Jankovic, Schuster, Redondo, Modric y Ramos (con perdón).
A los 13 minutos, Casillas repelió un chut raso de Vidal, culminación del dominio visitante. El tiro tenía su miga y la parada adquirió una importancia simbólica, casi mágica. Eso creímos. En un partido lleno de inquietudes, Iker restaba una. Poco después, Isco levantó al Bernabeú con recorte fabuloso dentro del área y un intento de vaselina.
El Madrid encerró a la Juve y nos recordó la importancia de pisotear el área rival: antes de que acertara un delantero se equivocó Chiellini. James penetró en el área y el central le avasalló. Cristiano adelantó al Madrid con un golpeo centrado que generó un grito de éxtasis y alivio.
A continuación pasó el tren de la final. Benzema condujo un contraataque que Cristiano no supo convertir en gol, pese a lo beneficioso de la situación: defensa burlado y Buffon a dos metros. En el peor momento, el Balón de Oro sufrió un ataque de generosidad y buscó a Isco, o a Benzema, no quedó muy claro. No volverá a ocurrir en los próximos años.
Pese a todo, el campeón tenía el encuentro donde quería y a Benzema donde nadie hubiera imaginado. Después de dos meses en el dique seco, en la cabeza del francés se celebraba un congreso de musas. Todo lo hacía bien y con sentido artístico. En esas condiciones, hay que reprochar al equipo que no le diera más balones, todos, antes de que le venciera el agotamiento.
En la segunda mitad la Juventus salió como en la primera, valiente y segura de sí misma. Marchisio pudo empatar en el 50 y Morata lo hizo seis minutos después. No podía ser otro. El remate fue espléndido, por cierto. Más que por la ejecución, notable, por la rapidez del movimiento: control y tiro en el mismo gesto. En esta ocasión, más que contener el festejo, le costó disimular la pena.
Faltaba un mundo, pero no había fuerzas para abarcarlo. Ni puntería. Bale encadenó ocasiones clarísimas que no fue capaz de embocar, por los nervios o por el destino, quizá por la diadema. El asedio del Madrid fue apasionante, pero desordenado. La Juventus sufrió poco o nada; hasta diría que disfrutó en los últimos minutos, 'penne' con salsa italiana. Su estallido de felicidad tiene justificación, porque merece la final. Para el Madrid queda el peor castigo posible: casi tres meses hasta la próxima temporada.
Pues sucedió. Morata marcó en Turín y repitió en el Bernabéu; no hubo jugador más relevante en la eliminatoria, ningún protagonista a su altura. Es obvio que le dolió y es fácil suponer que todavía le duele. Al ser sustituido en el minuto 83, abandonó el campo juntando las manos, reclamando perdón divino. Que no se preocupe porque está perdonado. Si además quiere ser bendecido y repatriado con presentación en el palco de honor del Bernabéu, sólo necesita tumbar al Barcelona en Berlín. El presidente podrá decir entonces, sin que le falte razón, que Morata nació (y creció) para jugar en el Real Madrid.
En fin. Es curioso. Durante veinte minutos de la primera parte tuvimos tiempo para sospechar lo peor y añadirle detalles. La Juventus se plantaba en el área de Casillas con una facilidad inaudita. Los italianos se habían sobrepuesto a los cinco primeros minutos (cabezazo de Bale y remate de Benzema) y circulaban por el campo como si el estadio fuera suyo, ajenos al miedo escénico, al ardor local y al calor africano. El Madrid jugaba como si tuviera ventaja en el marcador, confiado en una contra, pero igualmente expuesto a los contragolpes del adversario. Nadie sujetaba el mediocampo y sucesivamente echamos en falta a Pirri, Stielike, Jankovic, Schuster, Redondo, Modric y Ramos (con perdón).
A los 13 minutos, Casillas repelió un chut raso de Vidal, culminación del dominio visitante. El tiro tenía su miga y la parada adquirió una importancia simbólica, casi mágica. Eso creímos. En un partido lleno de inquietudes, Iker restaba una. Poco después, Isco levantó al Bernabeú con recorte fabuloso dentro del área y un intento de vaselina.
El Madrid encerró a la Juve y nos recordó la importancia de pisotear el área rival: antes de que acertara un delantero se equivocó Chiellini. James penetró en el área y el central le avasalló. Cristiano adelantó al Madrid con un golpeo centrado que generó un grito de éxtasis y alivio.
A continuación pasó el tren de la final. Benzema condujo un contraataque que Cristiano no supo convertir en gol, pese a lo beneficioso de la situación: defensa burlado y Buffon a dos metros. En el peor momento, el Balón de Oro sufrió un ataque de generosidad y buscó a Isco, o a Benzema, no quedó muy claro. No volverá a ocurrir en los próximos años.
Pese a todo, el campeón tenía el encuentro donde quería y a Benzema donde nadie hubiera imaginado. Después de dos meses en el dique seco, en la cabeza del francés se celebraba un congreso de musas. Todo lo hacía bien y con sentido artístico. En esas condiciones, hay que reprochar al equipo que no le diera más balones, todos, antes de que le venciera el agotamiento.
En la segunda mitad la Juventus salió como en la primera, valiente y segura de sí misma. Marchisio pudo empatar en el 50 y Morata lo hizo seis minutos después. No podía ser otro. El remate fue espléndido, por cierto. Más que por la ejecución, notable, por la rapidez del movimiento: control y tiro en el mismo gesto. En esta ocasión, más que contener el festejo, le costó disimular la pena.
Faltaba un mundo, pero no había fuerzas para abarcarlo. Ni puntería. Bale encadenó ocasiones clarísimas que no fue capaz de embocar, por los nervios o por el destino, quizá por la diadema. El asedio del Madrid fue apasionante, pero desordenado. La Juventus sufrió poco o nada; hasta diría que disfrutó en los últimos minutos, 'penne' con salsa italiana. Su estallido de felicidad tiene justificación, porque merece la final. Para el Madrid queda el peor castigo posible: casi tres meses hasta la próxima temporada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario